Mis padres no son músicos. Mi padre es médico y mi madre es asistente social, pero en nuestra casa siempre había música.
Mi madre nos cantaba muchísimo: canciones infantiles y populares que hacía suyas cambiándoles la letra o recordando cómo se las cantaban a ella su madre o sus hermanas mayores (es la pequeña de cinco hermanos).
Cuando mi padre llegaba de trabajar siempre nos ponía música. Recuerdo cómo sacaba los vinilos. Tenía una colección en la que había de todo: desde la famosa caja de las sinfonías de Beethoven dirigidas por Karajan, Tina Turner, Tracy Chapman hasta la colección de Mozart. Me encantaba escuchar todo lo que nos ponía, pero me frustraba mucho tener que esperar a que viniese él para poner música, así que le pedí que me enseñase a poner los discos. Recuerdo como algo muy especial todo el rito de colocar el disco ¡y sobre todo el momento de coger la aguja despacito para colocarla exactamente en la canción o la pieza que quería escuchar!
Me gustaba especialmente un recopilatorio de EMI con grandes éxitos de la música clásica: El Adagio de Albinoni, el Canon de Pachelbel, la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák, La pavana de Fauré, El Mar de Debussy…
También tenía muchas cintas que mi padre me compraba con canciones y cuentos infantiles. Disfrutaba tanto escuchándolas… Recuerdo especialmente las canciones de Rosa León que hoy sigo compartiendo con mis alumnos y que tantas veces he cantado a mi hijo.
Con mi madre vi muchísimas películas musicales: desde Sonrisas y Lágrimas (mis alumnos saben que es de VISIÓN OBLIGADA para ellos*), Un americano en París, Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, Las zapatillas rojas; película absolutamente hermosa que me inició en la realidad de que las películas ¡podían acabar mal!
En aquel tiempo vivíamos en Ciudad Rodrigo y la única posibilidad de estudiar música era en el seminario. Allí iba yo con un profesor que solo nos dejaba cantar lecciones de Solfeo y hacer dictados, con otras niñas más mayores… No era una clase muy bonita, la verdad, pero disfrutaba cantando mientras el profesor tocaba el piano.
Más adelante, nos mudamos a Robledo de Chavela y comencé a asistir a clase en el Conservatorio de San Lorenzo de El Escorial. Recuerdo las clases de Solfeo y también mi prueba para acceder a las clases de violín. Entré en un aula yo sola, sin mis padres, con tres profesores. Me pidieron que cantase una canción y me bloqueé de tal manera, que conociendo cientos de canciones ¡solo fui capaz de cantar Cumpleaños feliz! Aun así, mi profesor de violín, Francisco Comesaña, me contó muchas veces que de todas las pruebas que hizo a lo largo de tantos años, recordaba perfectamente que canté tan bonito. De hecho, en la primera clase me pidió que, para la clase siguiente, debía cantar una canción que me gustase. Por supuesto canté Do, Re, Mi de Sonrisas y Lágrimas.
* En otro post quizá os cuente cómo conseguí tener un vestido hecho con tela de cortinas ¡totalmente verídico!
Cristina Redondo Duarte – Fundadora y Directora de El Bosque de los Violines.